Tuzamapan

La leyenda de la palma y la higuera

(Silvano Pale Zapata)

Hace muchos años, cuando todavía existía la hacienda de San Juan Bautista, llegó a pasar unas vacaciones una señorita que era sobrina de don Luis Gorozpe, el dueño de la hacienda, y se enamoró de uno de los peones que trabajan para su tio. Ellos se conocieron y se amaron, aunque su amor no era permitido por la familia de ella, ya que eran de diferentes clases sociales, esto no era impedimento para que ellos se vieran a escondidas y así lo hicieron durante mucho tiempo asta que un día fueron sorprendidos y los papas de la joven decidieron llevarsela fuera de la hacienda para internarla en un convento de monjas y así poder evitar que continuara la relación.

Ella, al saber esto, quiso despedirce de su amor y, para que hiciera algo que siempre recordaran, en su última cita llevó una pequeña palma que tomó de la casa de su tío; la llevó para que los dos la sembraran, pero él no quiso quedarse atras y le dijo que sembraría una higuera junto a la palma para que representara a cada uno de ellos.

Esa fué la última vez que se vieron, porque al otro día los padres de ella se la llevaron y él para no quedarse en la hacienda se fué a trabajar a Veracruz, como lava piso de los barcos y nunca más vovieron a saber uno del otro. Para ellos lo único que continuaría creciendo como símbolo de su amor sería la higuera y la palma que se encuentran dentro del casco de la ex-hacienda.

Con el paso de los años la higuera fué hacercándose más a la palma, asta que logró abrazarla completamente con sus raices, y quedando la palma en el centro de la higuera, como si estuvieran los dos enamorados abrazándose.

Las leyedas de los duendes en el pasado era abundante escuchar, muchos casos nos explicó el señor Rafael Murrieta, quien nos narró como estos míticos personajes hicieron de las suyas con su familia.

 "Por sus travesuras yo me tuve que traer a mi nieta para mi casa, porque en la casa de mi hija hay muchos, y bien seguido que hacían reir a la niña cuando era bebé; nosotros no los veíamos pero ella sí y siempre que la poniamos en el porta-bebé ella miraba para la ventana, le daba mucha risa y nosotros nois dimos cuenta que cada que la poniamos en la sala ella veía hacia la ventana".

 Don Rafael contó que "una vez nos asustamos porque amaneció con muchas hojas entre su ropita y piel, la bebé no tenía eso cuando la acostaron a dormir", esa fué una de tantas veces.